El peligro de la democracia en Barranquilla

Del portal la silla vacía:

Una situación preocupa en Barranquilla: las opiniones que no están alineadas con el discurso oficial son atacadas virulentamente por un grupo de personas que actúan como adeptos religiosos. El desacuerdo es perseguido y el miedo frena a los que se expresan diferente.

Quiénes son la familia Char

 La filosofía no da respuestas, amplía los horizontes de sentido y problematiza los discursos aceptados como válidos. Quiero hablar de la democracia en el contexto de la ciudad donde vivo y donde me desenvuelvo como profesor de ética. Los filósofos, normalmente, llegamos tarde como la lechuza de Minerva, pero a veces nos atrevemos a decir algo en pleno vuelo.

Una situación preocupa hace algún tiempo y produce perplejidad. Las opiniones que no están alineadas con el discurso de la administración de Jaime Pumarejo y Elsa Noguera son atacadas virulentamente por un grupo de personas que actúan como adeptos religiosos. El desacuerdo es perseguido y censurado. Y, como consecuencia de esta actitud defensiva, el miedo inhibe a los que quieren decir lo que piensan.

Varias son las razones a las que aluden los defensores doctrinarios y ninguna tiene, en el fondo, peso argumentativo. Hablan de polarización y acentuación del odio, se estigmatiza a quienes opinan diferente con sectores de extrema izquierda y hasta se habla de falta de inteligencia por parte de quienes no avalan las políticas públicas que imponen las administraciones distrital y departamental.   

Me parece oportuno recordar que la democracia, tal como surge en la antigua Grecia, no se definía exclusivamente por el poder de las mayorías y el consenso. De hecho, la razón de ser de la democracia estaba en la posibilidad, siempre latente, del desacuerdo popular.

Lo fascinante de la democracia, de hecho y desde esta lógica, es que el poder tiene que lidiar con el conflicto. Y es que el conflicto, en principio, no es totalmente perjudicial tal como el discurso liberal hegemónico nos ha hecho creer en sus múltiples ejercicios de satanización.

Si lo pensamos con cuidado, todos los modos históricos que han buscado erradicar el conflicto, en nombre de la civilización, la paz y la armonía, la salvación y la fe “verdadera”, terminan siendo igual o más violentos que aquello contra lo que dicen luchar.

Las instituciones democráticas, más bien, deben tramitar el conflicto social de tal modo que aparezcan las voces de los que han sido silenciados y despojados de toda agencia política.

La política no puede ser lo otro del conflicto. Debemos tener cuidado con los paraísos uniformados, consensuales y armoniosos, esos lugares de ensueño coinciden, no pocas veces, con las pesadillas totalitarias.

Es importante advertir, a esta altura, que el conflicto no es lo mismo que la violencia extrema que nosotros hemos conocido de cerca en la historia reciente: persecución política a docentes, a periodistas, asesinatos de líderes y estudiantes.

El conflicto señala —hago énfasis en esto— una disputa, una querella, sobre el proyecto de ciudad y de comunidad que nos ha sido impuesto. En últimas, es un desacuerdo sobre cómo queremos vivir y los modos de ser en un espacio compartido.   

Y es que el espacio político, en la mayoría de las sociedades democráticas, se sustenta en la pluralidad y la diversidad. A modo de síntoma, en Barranquilla, este espacio se ha achatado y se ha reforzado una homogenización estética, afectiva y cultural.

Se privilegia una manera única de ser puesta al servicio de un modelo de progreso económico y se excluyen grupos enteros de personas. Todo aquel que no se ajuste al modelo o que osa ser diferente, rápidamente, es relegado por un sistema que normaliza y clasifica.

La privatización paulatina de lo público reduce drásticamente las opiniones y rechaza a los cuerpos que no se adecuan a los modelos morales, corporativos y empresariales. De hecho, lo diferente (lo otro racializado, lo otro pobre, lo otro trans o gay, lo otro pueblerino, lo otro femenino, etc.) puede ingresar al espacio político solamente bajo la condición de volverse proyecto de gestión de recursos o emprendimiento. 

No estaría seguro de cómo apareció esta homogenización aplastante acá, pero creo que vino de la mano con un paradigma de ciudad empresarial, capaz de vender todo; vender su idiosincrasia, sus valores, su carnaval y hasta su dignidad.

Habría que mencionar también que la política devino clientelismo y las maquinarias electorales, como lo hemos visto en las noticias de las últimas semanas, se volvieron grandes carteles mafiosos de compra de votos y traficantes de contrataciones.

Lo más peligroso es que la política se confundió con la empresa y los grandes dueños de las cadenas comerciales terminaron siendo también los líderes de los heraldos públicos; apoyados, por supuesto, en las mafias clientelistas. De hecho, lograron convertirse en parte constitutiva de la identidad barranquillera y llegamos a convencernos que un grupo familiar definía lo que somos.

He querido usar el genitivo de en el titulo para desplegar la ambigüedad que implica su uso en español. Decir el peligro ‘de’ de la democracia puede suponer dos cosas: 1) que algo amenaza a la democracia y también 2) que la democracia es el peligro. Las dos cosas son ciertas según lo que intenté desarrollar en esta columna.

La democracia está en riesgo gracias a un movimiento consensual, uniforme y excluyente que repele lo diferente; pero también ella acecha a los intereses de quienes han convertido la política en un espacio propicio para sus intereses particulares y personales.

Hay voces de esperanza. No son pocos los colectivos sociales que se juntan aquí y allá. La academia, de la mano de un grupo de docentes y estudiantes, quiere salir de las aulas. Son cada vez más los cuerpos que se resisten a ser clasificados bajos estándares morales y funcionales.

Somos muchos los que imaginamos otro modelo de ciudad, uno en el que todxs tengamos participación en los asuntos comunes y donde la voz del experto o del poderoso no silencie a los que vienen de abajo, de los lugares más invisibles y satanizados como criminales.

¡El peligro de la democracia acecha en Barranquilla!  

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